Las empresas y familias, pasado el susto de la pandemia, han reducido su endeudamiento recortando el volumen de sus préstamos, incluidos los hipotecarios. El nivel de deuda privada es, afirman los coyunturalistas, es menor que el de algunos países europeos como los conocidos como “frugales”: Países Bajos, Finlandia y Suecia.
El ritmo de avance de las exportaciones, cuya aportación al incremento del PIB ha sido decisiva, se está frenando por la ligera caída de las compras en España de los socios de la UE. La demanda doméstica española ha tomado el relevo y se ha convertido en el elemento clave para el incremento del PIB.
Ahora bien, las recientes noticias macroeconómicas apuntan a una mejora de la economía europea, lo que no deja de ser otra noticia esperanzadora.
Existe, sin embargo, una razón fundamental a la hora de explicar el buen hacer de la economía española. La explicación no es otra que el comportamiento de las autoridades y empresas españolas en la elaboración y ejecución del proceso productivo y de la distribución de los recursos.
La confianza y el apoyo estatal al sistema de economía de mercado junto a una sólida estabilidad financiero es la razón última de porqué la economía española ha escapado a la recesión y sorteado el encarecimiento del dinero. Las actuaciones públicas se han orientado a mantener la estabilidad de las empresas, así como a apuntalar las rentas de las familias más desfavorecidas.
Ninguna intervención pública ha estado dirigida a marcar la dirección de la economía, ningún vestigio de totalitarismo económico y, por otro lado, una continua demostración de un europeísmo sin fisuras.
En suma, una asistencia a la economía de mercado sin olvidar acudir a mecanismos que favorezcan la igualdad social. Se han mantenido las pautas de la social democracia, baluarte contra el que se han estrellado todo tipo de totalitarismos propios de economías centralizadas. Ningún indicio de interferencias estatalistas como las que recientemente están surgiendo en Europa.