Si los bancos italianos perdieron 10.000 de valor en bolsa el martes, los españoles se dejaron en el camino algo más de 3.000 millones. Una cifra que no se puede considerar como dramática en ningún caso, pero sí como un aviso para navegantes. En clave española, el mercado interpretó que un posible Gobierno de izquierdas de coalición tendría todas las cartas en la mano para llevar la tasa española, como mínimo, más allá de los años 2023 y 2024.
Máxime teniendo en cuenta que la vuelta a la máxima ortodoxia fiscal de Bruselas impondrá severos ajustes en las economías de la zona euro desde el último trimestre de este año. Medidas que serán especialmente duras en el sur de Europa, donde las cifras de deuda pública se han disparado. En ese escenario es donde se enmarca la tasa italiana y donde tendría todo el sentido la continuidad del impuesto español.
Aunque la banca española rebotó ayer después de las modificaciones exprés introducidas por el Gobierno italiano a la vista del desplome provocado por el anuncio del impuesto -el Ejecutivo matizó que el impacto será limitado para los bancos que han seguido su consejo sobre la retribución de los depósitos y que el gravamen no excederá del 0,1% de los activos-, los inversores siguen con la mosca detrás de la oreja.
Defectos formales
"Hasta ahora el escenario era el siguiente: un impuesto español con muchos defectos formales que está recurrido por la banca y que se estaba aplicando en solitario entre las grandes economías europeas. Pero la irrupción de la tasa italiana lo cambia todo, porque Sánchez ya no está sólo en su ofensiva para gravar los beneficios de los bancos en un momento de ebullición por la subida de los tipos de interés", señala un veterano analista.
Evidentemente, el escenario más negativo para la banca sería que Sánchez logre formar Gobierno. La otra opción, la de que lo haga Núñez Feijóo se antoja hoy por hoy como muy remota, aunque no imposible después de la decisión de Vox de allanar un posible Gobierno 'popular' al no exigir su entrada en el Gobierno. Pero es que incluso el candidato del PP se ha mostrado tibio respecto al futuro del impuesto.
Antes de las elecciones, Núñez Feijóo nunca dijo de forma tajante que lo suprimiría y, sin entrar en detalle, apuntó a posibles modificaciones de una tasa que según los cálculos del Banco de España se comería alrededor de un 5% de los resultados del sector. Nada terrible teniendo en cuenta a qué velocidad crecen los márgenes de la banca, pero sí preocupante si finalmente el impuesto se extiende durante más tiempo del previsto inicialmente.
Aunque muchos expertos califican de "improvisado y poco sólido" el impuesto italiano sobre la banca, están de acuerdo en que puede ser el comienzo de la imposición de un modelo que agrada en Bruselas. La razón es que la banca está en el mejor momento de los últimos años y puede hacer frente a una tasa necesaria para contribuir al ajuste más o menos duro que viene tras los años de mano blanda posteriores al Covid-19.
Los expertos creen que, más allá de las decisiones de los tribunales, el impuesto ha llegado para quedarse -ya se verá con qué formato final, porque puede haber cambios- y que la banca lo tendrá que aceptar como un mal menor. Un frente que un nuevo potencial Gobierno de izquierdas querrá cerrar cuanto antes para centrarse en ese nuevo caballo de batalla para la próxima legislatura llamado vivienda.