Occidente responsabiliza de estos deterioros al eje del mal: Putin y su aliado iraní, esponsor de Hamás y Hezbolá, a la vez que China compra el petróleo de Irán y colabora con Rusia para evadir las sanciones económicas impuestas por Occidente.
Más allá de estas maquinaciones, Occidente no ha sabido fortalecer la frontera de los países colindantes con Rusia, lo que se habría conseguido robusteciendo sus economías.
Occidente, a partir de 1990, en el Consenso de Washington, establecía una nueva economía mundial, vía la globalización del comercio. De esta manera Rusia recibía inversiones directas por valor de 500.000 millones de dólares, en tanto que las administraciones estadounidenses de Clinton, Bush y Obama trataban a la República Popular de China como un socio responsable. Simón Peres y su visión idílica del Oriente Medio cerraba el círculo de las buenas intenciones internacionales.
No existía ninguna preocupación por el futuro del comercio global si la situación en Oriente Medio saltaba por los aires. Nadie pensaba en los peligros pese a las advertencias de la segunda intifada que abrió la puerta a la radicalización de Hamás con la inestimable ayuda de Israel en su afán de debilitar a la Autoridad Palestina.
De la misma manera, la Guerra del Terror para apoderarse de aquellas supuestas armas de destrucción masiva iba a respaldar la ocupación de Georgia por Rusia y la instalación del poder de Putin en Siria. Inestabilidades que desembocaban en la nueva orientación de Xi en su empeño por fortalecer el Ejército Popular de Liberación.
Las exportaciones rusas de gas y petróleo financiaban el esfuerzo bélico a la vez que las exportaciones chinas financiaban la modernización de su ejército. La interconexión económica entre Oriente y Occidente no garantizaba el creciente desencuentro político. El “fin de la historia” quedaba postergado.
“El error -subraya Adam Tooze-, no ha sido otro que pensar en que la interconexión económica generaría un cambio favorable en las relaciones políticas”.
Sánchez, en Babia
Algo semejante, a escala menor, está ocurriendo en España. El gobierno socialista de Pedro Sánchez ha confiado en que la favorable evolución de la actividad productiva (“la economía va como una moto”, insiste ingenuamente) generaría un consenso social y político. No ha sido así. Los mensajes de odio escalan nuevas metas gracias al rechazo a la amnistía.
Sánchez había negado lo que ahora acepta para poder gobernar. Pero la pregunta clave que se plantea -¿La amnistía favorece o deteriora la relación de Cataluña con el resto de España. queda sin respuesta.