La desconfianza sobre los pronósticos de lo que pueda suceder este año es absoluta. Y la palabra más repetida ante el futuro es la de incertidumbre.
Se inicia el 2023 con los mismos problemas del cierre del año. Permanecen los mismos desafíos que afronta el mundo desde hace ya casi un año. La guerra en Ucrania, los altos precios de los alimentos y los combustibles, la lucha contra la inflación, la transición a las energías renovables y el incierto futuro pospandémico de China tras el cambio en su política de confinamiento.
2022 ha sido además del año del fin de la energía barata, el de la globalización como la conocíamos hasta ahora. Ha sido el año del adiós a los tipos de interés bajos, incluso por debajo de cero. Pero sobre todo, ha sido el año del cambio de tendencia en la política monetaria en los bancos centrales concentrados en luchar a toda costa contra la inflación, con el riesgo de provocar una desaceleración económica mundial.
Sin duda las políticas de la Reserva Federal del EEUU y del BCE en Europa, constituyen un reto para el crecimiento económico, aunque son muchos los expertos que confían en que las diferentes condiciones financieras sirvan para poder afrontar la situación de forma distinta a lo que ocurrió en la crisis financiera iniciada a partir del 2007.
En el caso concreto de España, consecuencia de la ralentización de la economía, habrá que esperar otro año más para recuperar el nivel de riqueza alcanzado antes de la pandemia. Aunque hay que confiar que ante grandes retos se encuentren grandes oportunidades. Con ocasión del debate sobre la modificación de los términos del Pacto de Estabilidad se puede incluir cambiar incluso el objetivo del incremento de los precios del 2 %.
Ante ese riesgo posible de recesión en Europa crecen las voces de quienes piden que el objetivo de inflación del Banco Central Europeo, situado en el mandato de creación del BCE en el entorno de -pero por debajo del 2 %- pueda llegar a duplicarse hasta el 4 %. En el ámbito comunitario no se descarta que este objetivo pueda incluso llegar a ser planteado por España, al menos de manera informal, durante su presidencia de la Unión Europea.
Perfilar objetivos
El Gobierno ultima sus objetivos para los seis meses de presidencia temporal del Consejo de la Unión. Entre los debates a plantear durante el semestre español estarán los nuevos parámetros del pacto de estabilidad, entre los que figura el control de la inflación por debajo del 2 %.
Al margen del actual nivel de influencia de España en las instituciones comunitarias, de lo que si están convencidos en Bruselas es del arrojo de algunas de las propuestas españolas. Bien es cierto que algunas de las últimas decisiones en materia de impuestos van a ser recurridas en los tribunales europeos, según han anunciado en reiteradas ocasiones representantes de los sectores afectados. Entre ellas las tasas temporales a los sectores financiero y energético.
En el caso del sector financiero, la tasa tiene la oposición frontal de los bancos por los efectos negativos que puede tener para la economía. En cuanto a la modificación del objetivo de inflación para subirlo de forma significativa, ya se advierte de que no será sencillo, ni se espera que las soluciones lleguen en cuestión de días. Pero el debate se va a plantear.
Existen antecedentes y reflexiones académicas que lo avalan. Quien fuera economista jefe del Fondo Monetario Internacional, el francés Olivier Blanchard, ya planteó durante su mandato en el FMI en 2010, la conveniencia de revisar al alza el objetivo de inflación.
Más inflación
En aquella época la situación era antagónica a la actual con caída generalizada de precios que planteaba un riesgo de deflación. Además, como ha recordado Blanchard, el objetivo del 2% fue una herramienta desarrollada por el banco central de Nueva Zelanda a través de la Reserve Bank Act de 1989, que ha sido seguida prácticamente por todo el mundo en la política monetaria mundial. Pero desde entonces han ocurrido muchos cambios en la actuación de los bancos centrales, con una situación económica en las antípodas de finales de los años 80.
Con la inflación de vuelta, con riesgo de asentarse en el tiempo, una meta más elevada de inflación evitaría que los bancos centrales tuvieran que subir los tipos de interés hasta niveles que corren el riesgo de estrangular la actividad. Hasta ahora, cuando se registra una inflación alta, los bancos centrales aumentan los tipos de interés para sofocarla, lo que provoca una desaceleración o recesión.
Los historiadores de la economía nos recuerdan que invariablemente el tradicional escenario de sobrecalentamiento conduce a una recesión. La historia se repite. Cuando la inflación aumenta y los bancos centrales responden con una subida de los tipos, la economía finalmente se contrae por el peso de los tipos de interés más altos para empresarios y consumidores.
El retorno a niveles de inflación más moderados seguirá siendo el principal reto económico en 2023, al que se suma lograr que el elevado nivel de incremento de los precios no impida un crecimiento económico suficiente como para mantener el crecimiento del empleo.
La subida de tipos, la caída de la inversión y del consumo privado apuntan a una desaceleración significativa de la economía española. Negro panorama con el que se van a celebrar las elecciones autonómicas y locales en el mes de mayo y en el que la ciudadanía se expresará sobre la gestión de una coalición de partidos en la que una mayoría tiene como objetivo principal acabar con nuestro sistema constitucional aprobado en referéndum por una mayoría el 6 de diciembre del 1978.