El pasado jueves, la muy autorizada voz de la representante de Alemania en el comité ejecutivo del BCE, Isabel Schnabel, ponía las cosas en su sitio. No dejaba lugar a las dudas al asegurar que nada ha cambiado respecto a julio, cuando el BCE se vio obligado a cambiar el discurso y subir los tipos medio punto desmintiendo su mensaje de prudencia anterior. Pero el ejercicio de realismo de Schnabel fue mucho más allá.
El caso es que la economista germana no descarta que la zona euro entre más pronto que tarde en recesión técnica. Un escenario intolerable para los países del norte de Europa, que reclaman decisiones drásticas y valientes. Resulta sorprendente como, a la vista de la reacción de algunos indicadores clave, el mensaje de Schnabel ha tenido más credibilidad que los que la propia presidenta, Christine Lagarde, ha lanzado en los últimos meses.
Ahí está por ejemplo el rally del Euríbor a un año hasta los niveles más altos de 2022, por encima ya del 1,25% el viernes y cerca del 1,10% en tasa mensual. El mercado se ha tomado la declaración de Schnabel al pie de la letra, y ya descuenta que la zona euro está abocada a una violenta subida de tipos en lo que queda de año. Hay que recuperar el tiempo perdido, y no hay margen para las dudas a la vista de cómo evolucionan los indicadores económicos.
A estas alturas, el BCE ya no tiene margen de maniobra. Guardar balas para el futuro no es una opción posible, porque se ha perdido demasiado tiempo y ya no quedan dudas de que es la Reserva Federal la que, dando primero, ha dado dos veces. Todo apunta a que tendrá que afrontar otra subida de 50 puntos básicos en la próxima reunión, y eso que parece que la inflación de la primera economía del mundo empieza a remitir.
Demasiada presión sobre el BCE
Más presión por lo tanto para el BCE, que se acerca a la cita del 8 de agosto cada vez más cuestionado por la comunidad inversora. Rota en mil pedazos la hoja de ruta o ‘forward guidance’ de la pasada primavera, Lagarde se ha visto obligada por las circunstancias a renunciar a los guiones y a responder a las urgencias del momento. Y está claro que en todo este proceso ha faltado autocrítica, porque es evidente que el estado del paciente es crítico.
Más allá del cuestionable manejo de los tiempos, las críticas se suceden por la pobre política de comunicación de un BCE que parece sobrepasado por los acontecimientos. “Es difícil esperar mensajes claros de lo que puede pasar de aquí hasta el final de 2022, porque el BCE se moja poco y a destiempo”, señalan fuentes financieras que aseguran que hay una crisis de confianza respecto a la institución. El 8 de septiembre tiene una oportunidad para empezar a reparar errores.