Una excelente cobertura para disuadir a los occidentales de cualquier maniobra de sanciones contra Rusia. La operación militar se atasca mientras la economía rusa entra en una fase de desaceleración.
Los precios, en Occidente, suben más deprisa después del reciente embargo del petróleo ruso. Mientras, crecen las peticiones de créditos bancarios, se compran más viviendas y hay más empresas que se quejan por falta de mano de obra. Los turistas llegan y llegan y gastan y gastan. A la vez que se mantiene una alta competitividad. El menú diario cuesta en Atenas 35 euros, muchísimo más que en Madrid o en cualquier otra ciudad española.
Una guerra de terror
La guerra de Putin es descarnada y cruel. Cuando se ve reflejada en reportajes audiovisuales resulta difícil contener las lágrimas ante tantas barbaridades cometidas por los contingentes militares de la Federación Rusa.
La malvada aventura de Putin obedece no solo a razones personales sino también económicas. Un analista, Adam Przeworski, citado por Sergei Guriev en el Financial Times, ha escrito que ”el equilibrio de un régimen autoritario descansa sobre la prosperidad económica, las mentiras y el terror”.
En los primeros años del mandato de Putin las reformas liberales posteriores a la caída del régimen comunista, junto a la subida de los precios del petróleo, trajeron prosperidad y popularidad. Sin embargo, la centralización del poder propició la corrupción y arrinconó al mercado de libre competencia.
A partir de la crisis financiera, el crecimiento se estanca y desciende el nivel de aprobación ciudadana de Putin desde el 88% en septiembre de 2008 hasta el 60% a finales de 2013.
La anexión de Crimea restauró su popularidad de nuevo hasta el 88%, pero desde entonces los índices de popularidad no han dejado de bajar. Las rentas de las familias se recortan mientras crecen y se consolidan las de los oligarcas y privilegiados.
Segundo instrumento: la mentira. Ante una nueva caída de la popularidad en los sondeos de opinión y el reflujo del caso Navalny, por el envenenamiento y la prisión, se acusa a la OTAN de amenazas fronterizas y a Ucrania de fascista. Una Rusia amenazada no tiene otra alternativa que invadir Ucrania. El asalto falla. Los ucranianos resisten y las democracias occidentales, en lugar de cruzarse de brazos como sucedió con Crimea, aprueban duras sanciones contra Rusia y deciden enviar armamento moderno al ejército ucraniano.
Tercera fase: el terror. Censura interna y prisión contra cualquier disidente, “traidores a los que hay que aplastar como a una mosca”, lo mismo que había dicho Hitler.
La guerra y la escasez de productos energéticos encarece los precios de las gasolinas y los alimentos sin que los ciudadanos europeos sufran riesgo de desabastecimiento y mucho menos soporten la destrucción que sí soportan los ciudadanos ucranianos. Bravo por el embargo al petróleo ruso. Habrá inflación y quejas populistas que no interrumpirán la vida diaria e incluso la del mañana.