Se puede decir que el sector ha salvado el año. Sin pena ni gloria, pero ha salvado los muebles. Como cada año, los inversores acudieron en diciembre al reclamo del anzuelo fiscal y dispararon las aportaciones hasta los 1.433 millones de euros. Apenas 25 millones más que en el mismo mes del año pasado, lo que demuestra que el efecto llamada del último año de ventajas fiscales máximas han sido limitado. Muy limitado.
"Hay cosas que no cambian. Alrededor de un tercio de las aportaciones se han concentrado en diciembre. Los ímprobos esfuerzos de las firmas independientes para incentivar las aportaciones periódicas a planes de pensiones (que permiten recoger más y mejor los movimientos de los mercados) han quedado en saco roto. Queda demostrado que prima el factor fiscal sobre la rentabilidad en estos productos", señalan en una gestora mediana, que recuerda que los partícipes llevan en el pecado la penitencia.
Porque la realidad es muy tozuda. Y dice que los gestores de planes de pensiones han vuelto a suspender en el apartado de la rentabilidad. El rendimiento medio de estos productos ha sido de un 0,3%. Han mantenido el tipo -y a duras penas- los fondos de renta variable y los de renta fija fija a largo plazo. Pero los mixtos y los de renta fija a corto plazo han suspendido sin paliativos. Los números rojos han sido la constante de otro año decepcionante.
Las cifras vuelven a comparar mal con las de los fondos de inversión españoles. Y eso que estas últimas tampoco son para tirar cohetes, con rentabilidades medias del 1,04%. Otra vez, y son incontables ya, está en tela de juicio la calidad de gestión de unos productos que no dan la talla allá donde más importa. Pocas gestoras españolas se salvan de la quema en un año difícil en los mercados, pero que también registró momentos de gran euforia.
Es lo que hay en un segmento, el de los planes de pensiones, que se enfrenta al escenario más incierto posible. Va a sufrir la competencia de los planes de empleo, en los que se podrá aportar hasta 10.000 euros deducibles en la declaración de la renta. La realidad a la que se enfrentan no puede ser más dura. Pero lo más importante es que obliga a los gestores a meter una velocidad más alta para satisfacer a unos partícipes a los que el Gobierno ha quitado el caramelo fiscal.
"Ya no se van a aceptar rentabilidades negativas o insignificantes cuando la ventaja fiscal se reduce a la mínima expresión", señalan fuentes financieras. El reto es de enormes proporciones para un sector que ha vivido instalado en la autocomplacencia durante demasiado tiempo. Salvado 2020 por los pelos, 2021 amenaza con sacar los colores a una inmensa mayoría. Casi 82.000 millones de euros acaparan unos productos obligados a reinventarse.