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La crip­to­mo­neda de re­fe­rencia pierde el 75% de su valor en un año

Todo lo que sube, baja: el estallido de la burbuja del bitcoin

Existen in­di­cios de que su co­ti­za­ción fue in­flada ar­ti­fi­cial­mente

Bitcoins
Bitcoins

Hace tan sólo un año, el bit­coin vo­laba hacia los 17.000 euros de co­ti­za­ción por unidad e in­cluso cir­cu­laban memes en Internet sobre la poca vi­sión de los que se ne­garon a in­vertir en la crip­to­mo­neda. Hoy, su valor apenas llega su­pera los 3.0900 eu­ros, una brutal caída de más del 75%, que ha de­jado con la boca abierta a los ana­lis­tas, de­mos­trando que la di­visa vir­tual es pro­pensa a dar so­bre­sal­tos. Una prueba evi­dente del axioma: todo lo que sube, ter­mina por ba­jar.

Un dato sirve para ilustrar la volatilidad de la que muchos consagraban como el medio de intercambio del futuro: Este noviembre, en el espacio de cuatro días bitcoin pasó de valer 4.870 euros el día 18 a 4.153 el 19, para subir de nuevo hasta los 3.898 euros. El porqué de esta inestabilidad se encuentra en la propia naturaleza de las criptomonedas, tan artificial como su cotización.

La hinchazón de la burbuja

Según la definición de la empresa de asesoramiento en inversiones IG, las criptomonedas son monedas virtuales que pueden ser intercambiadas y operadas como cualquier otra divisa tradicional, pero están fuera del control de los gobiernos e instituciones financieras. De entre todas ellas, el bitcoin es sin duda la más conocida y la que más relieve mediático ha tenido, aunque hay muchas más.

El año pasado por estas fechas, los inversores que no se habían atrevido a cambiar su dinero por bitcoins tan sólo unos meses antes se tiraban de los pelos. Una sola unidad valía 20.000 dólares (alrededor de 17.000 euros) y no eran pocos los gurús que vaticinaban una auténtica revolución que transformaría por completo las transacciones financieras, reduciendo el papel de la banca al mínimo.

Hoy sabemos que este escenario no ha tenido lugar, ni hay muchas posibilidades de que se produzca en el futuro, aunque numerosos analistas aún insisten en dar crédito a las criptomonedas y asignarles un lugar de privilegio en las finanzas del futuro. Sin embargo, una caída del 76% se puede calificar sin miedo como el estallido de una burbuja, lo cual tiene unas causas y unas consecuencias.

A lo largo de 2018, empezaron a sucederse las investigaciones sobre posibles manipulaciones artificiales del valor de la criptomoneda por parte de determinados grupos interesados. Casos como el del intermediario financiero Bitfinex, citado por las autoridades estadounidenses bajo la sospecha de haber hinchado premeditadamente el precio del bitcoin, se sumaron a turbios episodios de estafas y pérdidas millonarias que desnudaban las lagunas en seguridad y fiabilidad del ingenio llamado a cambiar el mundo.

Pies de barro

La acumulación de despropósitos no tenía vuelta atrás, y su cosecha llegó puntual en la forma de una vertiginosa caída que aún no ha terminado y que ha afectado severamente a los ahorros de un sinfín de inversores. La euforia inicial, encarnada en los criptoprofetas que visionaban una nueva era para las relaciones comerciales, ha dado paso a una época de incertidumbre en la que la evolución -o involución- de las divisas virtuales será examinada con lupa.

Bien es cierto que el bitcoin sigue valiendo mucho, pero también lo es que el mercado está dando serios avisos. Conviene recordar que la efervescencia de los criptoactivos está asentada sobre unos cimientos de cristal: no hay ningún banco central o entidad reguladora que los respalde, con lo que su precio -y por ende el valor de los ahorros invertidos en ellos- queda enteramente a merced de las mareas bursátiles y económicas. Y estas mareas cambian de sentido en función del viento de la confianza económica.

Esta confianza, alimentada por un sinfín de factores en el mecanismo de relojería del capitalismo, mimó al 'criptofenómeno' en su momento, pero el caudal de los acontecimientos ha cambiado el humor de la caprichosa musa de los mercados.

La desprotección de los inversores se ve agravada por las carencias de una legislación que aún está en pañales. En España, el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez está dando los primeros pasos para que los proveedores de servicios de intercambio de criptomonedas estén sujetos al control del blanqueo de capitales.

Sin embargo, la regulación efectiva de un activo tan maleable y etéreo como las divisas virtuales va más allá del ordenamiento de un sólo país. Harán falta años de esfuerzos y confluencias a nivel internacional para prevenir los desmanes en un entorno que, hoy por hoy, se parece más a la jungla que a las autopistas económicas del futuro.

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