GEOPOLÍTICA

Europa aumenta su desconfianza en el inicio de la Era Trump

Los re­fu­giados no ad­mi­ti­dos, ¿víctimas de una ‘perfidia in­ver­sa’?

Donald Trump
Donald Trump

Antes de que el pre­si­dente Trump acabe de desa­rro­llar la nueva po­lí­tica in­ter­na­cional de los Estados Unidos, y sin temor a cual­quier re­chazo o crí­tica por su parte, al­gunos agentes in­ter­na­cio­nales se han apre­su­rado a co­meter lo que en di­plo­macia se co­noce como ‘faits ac­com­plis’. Dos ejem­plos: uno lo en­con­tramos en la re­gión se­pa­ra­tista del este de Ucrania, y el otro en el te­rri­torio de Palestina ocu­pado por Israel.

Conociendo la voluntad manifiesta del presidente electo Trump, de mantener las mejores relaciones con el presidente Putin, y su probable disposición a revisar las sanciones impuestas por el presidente Obama a Rusia por su anexión de Crimea, los rebeldes del este de Ucrania lanzaron la pasada semana una ofensiva contra la ciudad de Avdiivka, en la proximidad del territorio rebelde, que aún duraba mientras los dos líderes hablaban por teléfono después de la inauguración de Trump.

Avdiivka es una población de unos 20.000 habitantes, que había sido liberada de los rebeldes en 2014. Con el apoyo de Rusia, los rebeldes de la región del Donbas mantienen desde hace dos años un gobierno independiente, en guerra civil contra Kiev. Ambas partes denunciaron haber sufrido decenas de bajas militares, con la muerte de diez civiles de la citada ciudad. El conflicto ya ha causado cerca de 10.000 bajas mortales.

A comienzos de esta semana Israel anunció la construcción de 3.000 nuevas viviendas en la Ribera Occidental del Jordán, un territorio ocupado que debería ser reservado para un futuro estado palestino independiente. Trump ha manifestado con frecuencia su apoyo al movimiento de colonos israelíes. Desde que Israel ocupó esos territorios en 1967, 600.000 colonos se han asentado en ellos. El número total de viviendas autorizadas por el primer ministro Netanyahu en las últimas semanas pasa de las seis mil.

El mismo Trump es responsable de otro hecho consumado, con gran repercusión mundial: la suspensión temporal de la entrada en el territorio de Estados Unidos de personas procedentes de siete países a las que se había concedido documentos válidos de admisión, de tal forma que muchos tuvieron que volver a su lugar de origen desde los aeropuertos norteamericanos. Varios centenares de personas se vieron afectadas por esta prohibición, entre los que sin duda habría muchas que se jugaron la vida en Iraq, Siria, Somalia, etc., por colaborar con las fuerzas norteamericanas como intérpretes o espías. Estas personas podían hasta ahora entrar al país con el estatus legal de no-ciudadanos, previo a su entrada en las fuerzas armadas o condicionalmente a la ciudadanía.

¿Perfidia inversa?

Desde un punto de vista moral, esa decisión de Trump equivale a lo que podríamos, con imaginación, calificar de ‘perfidia inversa’. En el Derecho Internacional Humanitario se califica de ‘perfidia’ usar signos externos protegidos internacionalmente, por ejemplo el símbolo de la Cruz Roja o la bandera blanca, con la intención de perpetrar un ataque por sorpresa. En el caso de los colaboradores de las fuerzas armadas de los EE.UU, recibir promesas de empleo y ofertas de ciudadanía por ayudarlas en campaña, equivale a que esa persona tenga derecho a la protección que se le ha ofrecido, y con esa confianza es como llegan a Estados Unidos los antiguos colaboradores externos de sus fuerzas armadas. Es decir, se otorga una inmunidad o derecho, que se ve suspendido de repente. Lo mismo vale para algunos titulares de ‘tarjetas verdes’, que otorgan el derecho a entrar y salir del territorio americano, cuya entrada se ha visto frustrada.

Alguien en el entorno del nuevo equipo parece haber señalado al nuevo presidente lo lesiva que podría ser su orden ejecutiva de no admisión de extranjeros y sus familias, para los intereses y la seguridad de los Estados Unidos, ya que daría pábulo a denuncias del Estado Islámico, al-Qaida, etc., y también de Irán y otros países, sobre lo peligroso que es colaborar con alguien tan poco de fiar como los Estados Unidos. Esta reflexión parece haber movido a la Casa Blanca a anunciar que los casos de 872 personas afectadas por la orden serían revisados tan pronto como fuera posible.

En las pocas semanas transcurridas desde que ganó las elecciones, Trump ha dejado un rastro de desconfianza o desconcierto entre grupos, personas e instituciones que importan muchísimo a la seguridad de los Estados Unidos y a la de sus aliados. Uno de esos rastros apunta a una comunidad sin cuyo auxilio un presidente estaría a ciegas: la comunidad de Inteligencia. Desde antes incluso de su campaña presidencial, Trump mostró su desconfianza o desdén. Por ejemplo, la CIA, el Consejo Nacional de Seguridad y el FBI. En los Estados Unidos hay en total 16 agencias de seguridad.

El 6 de enero, Michael Morell, que fue subdirector de la CIA, publicó un artículo en el New York Times, en que lamentaba que el presidente atacara a la agencia, para verter elogios sobre ella al día siguiente. En un intento de sanar heridas, un día después de jurar el cargo Trump se dirigió a 400 agentes de la CIA, dedicando una buena parte de su discurso a ensalzar sus propios méritos como hombre de negocios, por su inteligencia y por haber sido varias veces portada de la revista Time. A Michael Hayden, antiguo director de la Seguridad Nacional y de la CIA, se atribuye haber preguntado: ‘Si lo que se aporta no se usa o no se quiere, o se tacha de sospechoso o corrupto, ¿con qué autoridad moral podrá el director poner en riesgo a sus agentes?’

Europa, preocupada

Dos de las declaraciones más sonoras de Trump (al menos en esta parte del Atlántico) han encendido luces rojas, como la crítica a la canciller alemana por su política de refugiados, que es básicamente la adoptada por la Unión Europea, y la denominación de la OTAN como una organización desfasada (‘obsolete’). También está su denuncia de la industria alemana como manipuladora del euro para hacer más baratas sus exportaciones, y su anuncio, en el discurso inaugural, de una política proteccionista.

Esta retórica empaña, sin embargo, algo que los europeos deberían entender con claridad: la debilidad de su contribución a la defensa común, que carga a los Estados Unidos con un costo excesivo para la defensa de Europa.

El acercamiento de Trump a Gran Bretaña, cuyo Brexit ha alabado, suscita recelos sobre un hipotético eje Washington-Londres que le permitiría desconocer la existencia de la Unión Europea como un rasgo fundamental de la solidaridad trasatlántica. Su felicitación por el hecho de que el Reino Unido haya decidido abandonar la UE parece sugerir que no vería mal la disolución del bloque político-económico.

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, expresó, en una carta a los jefes de gobierno de los 27 países de la Unión, su preocupación por el hecho de que “los Estados Unidos parecen haber puesto en cuestión setenta años de la política exterior americana”.

Más ansiedad van a sentir los seis países (Armenia, Azerbayán, Belorusia, Georgia, Moldavia y Ucrania) que se liberaron hace años de su sujeción a la Unión Soviética, y que llevan años a la espera de dos objetivos, anhelados con diversos grados de intensidad: su integración o asociación con la Unión Europea, y su cooperación con la Alianza Atlántica como escudo contra cualquier pretensión revisionista, o presión directa, de Putin.

La posible revisión por Trump de las relaciones Washington-Moscú también pone, como no podía ser de otra forma, el foco sobre las relaciones particulares de España con los Estados Unidos. Quede esto para cuando se perciban los primeros indicios.

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