Grecia se cierra en banda

Tsipras echa la carga moral de la po­sible sa­lida del euro sobre los go­biernos eu­ro­peos

El griego Varufakis en su salsa.
Varufakis.

Grecia da mues­tras de no ad­mitir otra in­ter­pre­ta­ción de la realidad de la crisis eco­nó­mica que vive el país más que la que hacen el go­bierno y el par­tido al que per­te­necen am­bos: Syriza. La pre­si­denta del Parlamento griego, Zoe Constantopoulou, acaba de ne­garse a que el más re­ciente in­forme del Banco Central de Grecia sobre la crisis sea ad­mi­tido, si­quiera como do­cu­mento de con­sulta, en las actas par­la­men­ta­rias.

En el informe, el gobernador del Banco Central, Yannis Stournaras, advertía que “el fracaso en alcanzar un acuerdo (con los acreedores)… marcaría el comienzo de un penoso camino que llevaría a Grecia, primero a la bancarrota y después a salir del área euro y, con toda probabilidad, de la Unión Europea”. Los estatutos del Banco Central obligan al gobernador a someter este tipo de documentos al parlamento. Una vez más, Syriza y Tsipras vuelven la espalda a la realidad.

Stournaras advertía en su informe que “llegar a un acuerdo con nuestros socios es un imperativo histórico que no nos podemos permitir ignorar”. Como queriendo emitir una réplica al gobernador, Constantopoulou dio a conocer casi simultáneamente un informe titulado “La Verdad sobre la Deuda”, redactado por un comité formado a iniciativa suya, según informó el diario Ekathimerini el miércoles pasado.

Este informe partidario reclama el impago de la deuda. En la mañana del 17, el primer ministro Alexis Tsipras, en declaraciones a la prensa, asumió la responsabilidad de rechazar los términos del acuerdo con los acreedores si considera que sus demandas son inaceptables.

El problema es que hasta ahora no se ha podido hacer un listado definitivo de qué demandas son inaceptables para Grecia y otro con las demandas irrenunciables para los acreedores y la Troika negociadora con Atenas. Hacer esas listas reduciría la capacidad de negociación de unos y otros, y les obligaría, además, a asumir la responsabilidad de haber provocado, con ‘su intransigencia’, la salida griega del euro.

Lo que parece claro es que la estrategia del gobierno es arrojar la carga moral de la ruptura sobre los hombros de los gobernantes europeos, no sobre Syriza y su ejecutivo. Este desafío deja a los primeros en un estado de confusión mental, que les hace poner la fe en que algo pasará que evite la salida griega del euro, aunque no saben qué; como el canciller austriaco Werner Faymann, quien de visita en Atenas el pasado miércoles declaró que “no tenemos una solución ante nuestros ojos, pero si nos mostramos convencidos de quererla, la acabaremos teniendo”.

Sin plan B, ni tampoco A

El epítome de esta actitud, que es derrotista bajo una apariencia benevolente, es Pierre Moscovici, el comisario de Finanzas, quien el 16 de abril declaró en la German Marshall Fund of the United States que “no existe un plan B, porque el día en que piensas en un plan B, dejas de creer en el plan A”.

Está claro que este estado de suspensión desanimada continuará hasta que alguien dé el puñetazo final sobre la mesa, echando el telón al melodrama griego por una de estas dos vías: un perdón drástico de la deuda griega, con lo que Grecia seguiría en el euro pero dejando a varios países lamiéndose las pérdidas, o un abandono más o menos controlado de la moneda común por Grecia.

La gesticulación griega en esta semana parece destinada a impresionar a los ministros de finanzas en su reunión de este jueves en Luxemburgo, y aunque allí no se decidirá nada definitivo, sí saldrá el tono con que se abrirá el Consejo de los días 25 y 26 de junio en Bruselas. Esta última reunión tiene alguna posibilidad de ser “la definitiva”, pues cuatro días después vencerá el actual ‘rescate griego’, y será obligatorio que cada una de las dos partes presentes en ese consejo dé a conocer a la otra su lista de lo inaceptable y la de lo irrenunciable. Aunque…, quién sabe.

Puede que los gobiernos sigan en esa fecha sumidos en la indecisión. Aunque esta vez encomendándose en sus oraciones a Draghi, el presidente del Banco Central Europeo. ¿No fue él quien les sacó del lio de Chipre, cuando amenazó a los bancos de la isla con cortarles el acceso a la liquidez de emergencia? El gobierno chipriota se volvió razonable en un instante…

¿Se volverá razonable el gobierno griego y se someterá al ‘yugo’ de la Troika? Excluir al Fondo Monetario Internacional del arreglo quizás aliviase la honrilla nacional griega, dada la hostilidad que le han mostrado Tsipras y su ministro de Hacienda, Varoufakis. Pero aún quedarían el BCE y la Comisión, el primero estatuariamente más dispuesto a la rigurosidad, la segunda más sujeta a los dilemas ético-políticos del caso.

Una lectura para españoles

Dado que es previsible una intensa reacción de las fuerzas de izquierdas europeas contra las decisiones que llevarían a la salida de Grecia del área euro, no es de extrañar que ningún gobierno adopte con gusto el papel de Herodes a la vista de todos. Y ya que ningún político se atreve a pensar en la degollina, en su lugar la acaba de evocar el comisario alemán Guenther Oettinger, quien reclama que se elabore un plan de socorro a Grecia si falla la negociación, al objeto de asegurar “el suministro de energía, las pagas de la policía, los servicios médicos y farmacéuticos, y muchas más cosas”. Para el caso de España, esta cuestión tiene un interés excepcional. La salida de Grecia del euro sería la prueba palpable del fracaso de las políticas populistas, de inspiración marxista, que han servido a Podemos de patrón de su reciente campaña electoral. Podemos, por cierto, es el partido con el que imprudentemente el PSOE se ha asociado en la última semana, en su deseo de ensanchar sus poderes en municipios y autonomías.

No sabemos si el presidente del gobierno espera con fruición el fracaso de las políticas de Syriza, evidenciado en la posible salida griega del euro. Su salida daría un fuerte impulso psicológico a la campaña del PP, más potente que cualquier otro, como puedan ser la renovación de sus cuadros o el impacto de su campaña electoral, ya que ratificaría el acierto de las políticas del PP, de recortes y reformas, al poner en evidencia que España, con el anterior gobierno socialista, iba derechita a terminar donde Grecia en 2015.

Es evidente, sin embargo, que Mariano Rajoy no puede dar la mínima muestra de satisfacción por un posible fracaso de Tsipras y Syriza, lo que sería explotado por Podemos y el PSOE, aunque sí tendría todo el derecho a señalar la moraleja que se podría extraer. Una moraleja que habría que ser muy lerdo para no escuchar.

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