CUATRO DÉCADAS DESDE CARRERO BLANCO

El imposible franquismo sin Franco (2)

Luis Carrero Blanco
Luis Carrero Blanco

¿Pero qué ocu­rría mien­tras tanto en las filas del ré­gi­men? Éste siempre había te­nido di­fe­rentes co­rrien­tes, que ahora dis­cre­paban entre ellas ante lo que de forma pu­do­rosa se de­no­mi­naba "el cum­pli­miento de las pre­vi­siones su­ce­so­rias", es de­cir, ¿qué ha­bría que hacer tras la muerte de Franco? Las de­no­mi­nadas Leyes Fundamentales, que ha­cían las veces de un texto cons­ti­tu­cio­nal, es­ti­pu­laban que a Franco de­bería su­ce­derle un prín­cipe de sangre real "a tí­tulo de rey".

Entre las fuerzas del régimen los falangistas se oponían a que el franquismo se convirtiera en una monarquía democrática. Los tradicionalistas tenían a su propio candidato, Carlos Hugo de Borbón-Parma, el pretendiente carlista, de la rama de los descendientes de don Carlos, el hermano de Fernando VII. Los demócratas cristianos, agrupados en torno al diario Ya, y el Opus Dei favorecían al príncipe Juan Carlos. Los militares, en su inmensa mayoría, estaban a lo que el jefe del estado y del ejército decidiera (éste ya era general cuando sus altos jefes militares de 1973 no pasaban de ser jóvenes oficiales o cadetes).

Franco, que creía firmemente en la monarquía, nunca había dudado en que el futuro rey debería ser un descendiente de Alfonso XIII, el último rey de España que abdicó en 1931. Pero el dictador se saltó al hijo y heredero de Alfonso XIII, don Juan, porque éste no había sido dúctil a sus dictados, y en 1969 designó oficialmente al hijo de éste Juan Carlos. Rechazaba así al pretendiente carlista y a otro descendiente del último rey, Alfonso de Borbón, casado precisamente con su nieta Carmen Martínez-Bordiú Franco, en el que los ultras más recalcitrantes -el búnker- habían puesto sus esperanzas de conseguir el milagro político de un franquismo después de Franco.

A lo largo de su juventud, cuando oficialmente todavía no era el sucesor, el príncipe Juan Carlos no había disimulado sus planes para el futuro político de España, que debería consistir en una democracia -una monarquía parlamentaria- a tono con los demás regímenes de Europa occidental. El catedrático de Derecho Político Torcuato Fernández-Miranda había sido uno de sus preceptores desde joven; ambos estaban de acuerdo en construir un nuevo régimen con partidos y elecciones a partir de las leyes fundamentales vigentes.

Esta circunstancia era conocida por Franco y por Carrero -imposible que desconocieran lo que pensaba el Príncipe-. Por muy partidario del régimen e integrista católico que Carrero se hubiera manifestado a lo largo de su vida, tenía el suficiente talento e intuición como para saber que el régimen duraría lo que su fundador viviese. El propio Franco en su testamento político había escrito "...y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido".

No es que ambos se hubieran convertido de la noche a la mañana en demócratas, es que intuían lo que iba a pasar. Mejor prevenir y encauzar en lo posible el futuro del país. Posibilidad por la que EEUU y las potencias occidentales estaban presionando. A este asunto alude Ramón Tamames, que militó muchos años en el PCE, en el libro de sus recuerdos, titulado Más que unas memorias.

Cuando Carrero Blanco formó gobierno, llevó al tutor del príncipe, Fernández-Miranda, a la vicepresidencia del mismo, un gesto inequívoco de que el catedrático le sustituiría a la cabeza del ejecutivo tras el periodo legal de cinco años. El catedrático sería el arquitecto de la transición política o, en sus palabras, "de la ley a la ley a través de la ley". Algo en lo que estaban de acuerdo las democracias occidentales, que lo último que deseaban para España era una sucesión traumática, en la que la inestabilidad del país fuera la norma, lo que no dejaría de tener repercusiones negativas en todo el continente.

Es obvio que estos planes tenían que llevarse a cabo de una manera muy reservada a cargo de algunas personas -pocas- de la confianza del Príncipe y de un grupo escogido de miembros selectos del servicio de inteligencia. Una labor similar la realizó en la URSS Vladimir Putin, uno de los principales dirigentes del KGB, que luego ha sido el hombre fuerte de Rusia. En la actualidad también se sabe que la inteligencia cubana está ojo avizor para preparar una transición pacífica hacia otro tipo de régimen más abierto cuando desaparezcan los octogenarios hermanos Castro.

Para completar las piezas clave del plan reformista, a la cabeza del Ejército se encontraba el general Manuel Díez Alegría, un militar considerado como aperturista, al que Carrero había colocado en tan delicada responsabilidad. Fue destituido en 1974 por haberse entrevistado con Santiago Carrillo en Bucarest, desaparecido ya el almirante y siendo presidente del gobierno Carlos Arias Navarro.

Para esa transición de Carrero, había que preparar poco a poco a la opinión pública sin despertar excesivos recelos en el búnker inmovilista, todavía muy poderoso, como se demostró tras el asesinato del almirante. Al mismo tiempo, se podría ir creando las bases de una corriente de opinión de centro derecha, base de un futuro partido (en principio, palabra y concepto tabú). Y trabajar en pro de la aparición de un partido de orientación socialdemócrata que enlazase con el pasado, pero con gente joven. El ideal era un PSOE desvinculado de su carga extremista de la guerra civil y en el que no hubiera masones, la bestia negra de Franco y de Carrero.

En torno a un ex ministro de la II República, había surgido en Sevilla un grupo juvenil del PSOE, encabezado por Felipe González. (Se harían con el control del partido socialista en un congreso celebrado en Suresnes, Francia, en octubre de 1974, desbancando a los viejos dirigentes que controlaban el partido).

Algunos miembros del servicio de inteligencia de Carrero ya habían establecido contacto con ese grupo sevillano al que se informaba periódicamente de asuntos de estado. El autor de este artículo leyó en el Washington Post una noticia que informaba del briefing que los agentes les ofrecieron sobre el atentado.

En este plan de democracia tutelada, no se contaría, al menos en una primera fase, con los comunistas y otros grupos radicales de izquierda, que permanecerían en la ilegalidad.

El proyecto era conocido por el PCE y el bloque soviético. El secretario general del PCE, Santiago Carrillo, tenía buenos contactos en la oposición moderada, que le informaban de lo que ocurría en las intimidades del régimen, además de las noticias que le llegaban de sus propios militantes del interior. Desde luego, si la inminente sucesión transcurría por esos derroteros, el PCE corría el riesgo de quedarse fuera del juego y verse sobrepasado por los socialistas.

Los designios del bloque soviético para España -y Portugal, de manera conjunta- eran otros. Había que impedir la transición prevista y causar a sus adversarios los mayores obstáculos posibles. El objetivo para atentar era el almirante Carrero, que además no tenía mucha protección policial. En los mentideros de la oposición comunista -la única realmente existente, por lo demás, en el ámbito de la izquierda- se comentaba lo sencillo que sería atentar contra su persona. Se sabía dónde vivía, que iba a misa siempre a la misma iglesia y a la misma hora por idéntico trayecto diario.

Dentro del ámbito mundial de acción política y de guerra sucia (todos las potencias recurren a estas actividades) que Moscú controlaba, la organización terrorista ETA empezaba a cobrar una gran importancia. Tanto ETA, como sus marcas políticas, no pretendía -ni pretende- ceñir su actividad exclusivamente a conseguir la independencia del País Vasco, sino a instaurar un estado marxista-leninista, que después pudiera extenderse al resto de España y provocar de paso una gran inestabilidad política en el mundo occidental. Son bien conocidas sus relaciones con grupos independentistas radicales y organizaciones sociales, la última de las cuales en conocerse ha sido recientemente la de los Bukaneros, el grupo ultra de seguidores del Rayo Vallecano.

Durante semanas, los terroristas cavaron una galería en la calle Claudio Coello, situada en pleno barrio de Salamanca, un barrio considerado como franquista por excelencia, sin que a nadie le llamara la atención los ruidos que causaban.

Finalmente, el 20 de diciembre de 1973 el coche de Carrero saltaba por los aires. La víspera se había entrevistado en su despacho con el secretario norteamericano de Estado, Henry Kissinger. Ambos habían repasado la situación mundial, sobre todo en lo que se refería a la crisis causada por los países productores de petróleo, y los riesgos que para la paz mundial representaba el bloque soviético. Además, tenían pendiente el asunto clave para ambas partes de la renovación del acuerdo sobre las bases militares en España de utilización conjunta, instalaciones que tantos problemas estratégicos causaban a Moscú.

Kissinger estuvo nada menos que dos días en Madrid, el 18 y el 19, una prueba de lo mucho que Washington valoraba a España como aliado. El secretario de Estado se encontraba entonces en la cúspide de su fama y poder. Unos días antes de la visita había recibido el Premio Nobel de la Paz. Por eso atribuir a la CIA la autoría del asesinato de Carrero, al día siguiente de haber llevado a cabo tan relevantes negociaciones, es desconocer lo más elemental de las relaciones internacionales.

Los cerebros del atentado eligieron el día teniendo en cuenta esa visita y la celebración en Madrid del famoso Proceso 1001 contra Marcelino Camacho, líder del sindicato comunista Comisiones Obreras, y otros dirigentes.

**Este jueves se publicará el tercer capítulo de tres sobre el atentado de Carrero Blanco. El primero puede leerse en la edición del martes de www.capitalmadrid.com
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