Pero Ofelia seguía endeudándose. Para más osadía, intentó, para lograr el superavit, convencer a su familia de una dación, es decir, pagando el deudor de una hipoteca inmobiliaria con la entrega del inmueble, en vez de dinero, para liberarse de la deuda. Esto fue el colmo de la desfachatez de Ofelia, que fue desheredada y expulsada de la casa familiar sin contemplaciones por sus propios padres.
De ahí en adelante, la prima tuvo que valerse por sí sola. Puso una casa de citas en la calle de Alfonso XIII. A base de trapicheos sostenibles, logró fusionarse con otros establecimientos similares de toda España, formando un _holding _escabroso implicado en el tráfico de cocaína, de armas y de personas. La burbuja puteril fue exitosa dos años a base del producto interior más que bruto, pero atrajo la suspicacia de la Agencia Tributaria y de la policía. Sus empresas entraron en recesión y el negocio se fue al garete. La oferta superaba de forma ostentosa a la demanda de la clientela. Ofelia se exculpó acusando de todo a sus socios. Cambió de domicilio, de identidad y de look.
En esta coyuntura, tuvo que realizar deprisa y corriendo ajustes presupuestarios. Se enfangó en negocios globales con tipos de interés insostenibles en el mercado inmobiliario, en el energético, en compañías aéreas de low cost y otras de similar talante. Sus acciones eran detestables; sus obligaciones, inconfesables. Total, que tuvo que largarse a un paraíso fiscal donde descansa en paz. Que Dios la tenga en su gloria".
**Ricardo Cantalapiedra, periodista y escritor, es Premio Don Quijote de Periodismo 2011 **