El caso más caliente (que no el más amenazante) es el de Siria. Un día después de que el presidente sirio Bashar al-Assad asegurara al ministro ruso de Exteriores, Sergei Lavrov, durante la visita de éste a Damasco el pasado día 7, que se proponía abrir de inmediato una vía de diálogo con el movimiento de oposición, los ataques contra la población (esta vez en Homs) se recrudecieron. Lavrov había arriesgado su credibilidad al asegurar que Assad "está entregado a la tarea de parar la violencia independientemente de dónde venga" (declaraciones suyas a la agencia Novosti).
Añadió que "hemos recibido confirmación por parte del presidente de Siria de que está preparado para cooperar en el esfuerzo de terminar la violencia, acompañado de un diálogo con las fuerzas políticas". Con esas palabras parecía que Rusia se hacía cómplice de al-Assad al dar por buena una promesa que éste ha roto repetidamente. Pero el ministro añadió algo que debió disgustar al sirio: "Hemos confirmado nuestra disposición a facilitar la rápida terminación de la crisis con base en la iniciativa de la Liga Árabe". La tal iniciativa pide que el poder sea asumido por el actual vicepresidente sirio, que sería quien abriese el diálogo con la oposición. Desde ese punto de vista, la misión de Lavrov en Damasco llevaba en su seno una contradicción insuperable.
Rusia debe medir bien sus pobres bazas en este juego. Su apoyo al régimen sirio le ha alienado a la mayor parte de los países árabes, quizás con la excepción de Iraq y Argelia. Su mención de la resolución de la Liga Árabe puede ser una mano tendida hacia ella, a sabiendas de que con al-Assad nada se puede hacer sino abandonarlo a su suerte.
Rusia se halla en un proceso de regeneración geopolítica que tiene sus escenarios principales en Europa Oriental y Asia Central. Ha sustraído Ucrania al magnetismo occidental y mantiene a Bielorusia como fiel satélite. Todas las naciones del antiguo imperio soviético en Asia están una vez más en la órbita o bajo la influencia de Moscú. Rusia es la potencia regional hegemónica en esos inmensos territorios. En opinión del ministro turco de Exterior, Ahmed Davutoglu, "en las NN.UU. hemos visto volver la lógica de la Guerra Fría", en referencia al veto ruso y chino a la resolución contra Damasco. La conexión siria daba a Rusia un cierto alcance mundial con su acceso al Mediterráneo a través de los puertos de Tartus y Latakia. Rusia, sin embargo, puede perder estas posiciones por su apoyo incondicional a al-Assad sin que el núcleo de sus intereses esenciales se vea afectado. Lo mismo que Putin ha reconstruido a lo largo de diez años el poder económico de Rusia y su esfera de influencia tradicional, esa mínima proyección ultramarina puede ser restablecida más adelante, si es que por la revolución siria llegara a perderse.
Damasco y Teherán se necesitan
Veamos ahora el cálculo sirio. Esencialmente se centra en mantener el dominio de la familia Assad y de la minoría alauita, con sus aliados chiitas y cristianos, como clave de la estabilidad de Siria. Puede que haya algo de verdad en esa pretensión, como lo había en el de los poderes tiránicos de Sadam Hussein como clave de la estabilidad de Iraq. Para mal o para bien, el régimen de los Assad, con todo su costo de sangre, ha mantenido al país unido. La Siria postcolonial había sido una serie continua de revoluciones y golpes de estado. Ese cálculo volvió prudentes a los Assad: después de sus derrotas ante Israel, se han abstenido de provocarlo directamente, prefiriendo trazar su propia esfera de interés en Líbano y apoyar las milicias de Hezbolá y Hamas como aguijón contra Israel. Hoy día el sostén estratégico de Siria es el régimen de los ayatolás de Irán. De ellos recibe armas, dinero, inteligencia y fuerzas de represión. Su suerte se halla unida a la de Irán.
Siria es el puente de la proyección estratégica de Irán sobre el Mediterráneo y el brazo para ayudar al estrangulamiento de Israel cuando sea posible. De Siria depende que Irán pueda ejercer contra Israel cualquier represalia en caso de un ataque contra sus instalaciones nucleares. Esa capacidad de represalia depende de la de Hezbolá para desencadenar ataques contra Israel con las decenas de miles de misiles que Irán le ha facilitado. O al menos éste es el cálculo. Otra cosa es que Hezbolá quiera poner en riesgo sus vidas y su posición clave en el juego político libanés. También hay que medir el efecto que ese alineamiento puramente chiita con Irán tendría sobre un mundo árabe sunita profundamente sospechoso de las intenciones de los ayatolás. Las poblaciones chiitas de los países controlados por monarquías sunitas podrían ser seriamente reprimidas como una amenaza potencial.
Irán ve cada día estrecharse su libertad de acción. La última visita de los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica a sus instalaciones nucleares terminó con informes que parecían confirmar las ambiciones de armamento nuclear. El gobierno israelí está convencido de que alcanzará esa capacidad en este año. La bomba es la herramienta que le falta para ordenar en su favor las relaciones de poder e influencia en el negocio del petróleo en el Golfo.
Teherán está en una carrera contra reloj doble: proteger sus instalaciones nucleares en galerías rocosas inmunes a las bombas subterráneas israelíes y dominar la técnica de cargar y cebar las cabezas nucleares. Estados Unidos cree que aún no domina esta capacidad pero Israel no parece convencido. Entretanto, el liderazgo militar iraní cree ganar tiempo con advertencias. Así, el segundo jefe de las fuerzas armadas dijo anteayer que Israel y los Estados Unidos están sujetos a la capacidad de represalia de Irán. El embajador iraní en Moscú fue un poco más atrevido con una declaración paralela a la agencia rusa Interfax: "Irán está en muy buena posición para infligir represalias contra América en todo el mundo. Un ataque contra Irán sería un suicidio". Cuánto hay de "farol" en estas advertencias, es difícil de evaluar, considerando que en el régimen se están aguzando las tensiones entre el presidente Ahmadineyad y el líder supremo Alí Jameni.
Euforia de Israel
Israel es la última incógnita de que se ocupará este análisis. El lunes pasado llegó a Washington el ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, uno de los "halcones" del liderazgo israelí. La opinión especializada de Washington da por seguro que dentro de este año se producirá el ataque. La izquierda israelí parece no oponerse ahora a esta peligrosa operación. El momento es ideal desde el punto de vista diplomático. Se acercan unas elecciones presidenciales en Estados Unidos, y el voto judío, que habitualmente se inclina a los demócratas, está en juego para un presidente Obama que "cometió" el pecado de abrir su mandato con un intento de apertura hacia Teherán, y que desde entonces ha mantenido la oferta a pesar de los rechazos iraníes. El primer ministro Netanyahu es consciente de su capacidad de presión sobre Obama, como quedó demostrado durante su última visita a Washington, cuando rechazó la petición del presidente de retrasar su plan de construir más asentamientos en los territorios ocupados. De este modo, los israelíes ven a Obama como su "rehén", lo que les anima, además, a mostrarse inflexibles en su imparable política de asentamientos en los territorios ocupados.
Como resumen de todo lo dicho: Rusia se ha metido a mediadora y puede salir escaldada. Damasco ha puesto su suerte en manos de Teherán. Irán se halla acosado e Israel es probable que se salga con la suya. Pero claro, están las incógnitas...
Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales.