GEOECONOMÍA

La crisis convierte a los políticos en competentes contables

El ins­tinto pa­rece ha­berse re­fu­giado en el BCE

Marano Rajoy y Alfredo P. Rubalcaba
Marano Rajoy y Alfredo P. Rubalcaba

El pá­nico creado en Madrid por la fil­tra­ción de la agencia Reuters sobre el su­puesto en­gaño del Gobierno es­pañol en torno al dé­ficit pre­visto para el 2012 muestra que nuestra com­pren­sión de la crisis del euro está ofus­cada por la ne­ce­sidad aní­mica que te­nemos de en­con­trar una verdad firme y se­gura, pura e in­con­tras­ta­ble, es de­cir, un dogma al que abra­zar­nos, desde cuyos pre­su­puestos po­damos re­cons­truir de abajo arriba un orden de cer­tezas y reali­dades que nos per­mi­tirá al­canzar un mañana se­guro y libre de im­pon­de­ra­bles. Ese dogma de nues­tros días es que la eco­nomía (o la ma­cro­eco­no­mía) es una ciencia exacta.

Así que si el Sr. Rajoy dijo a sus socios del Eurogrupo que sus cálculos indicaban que España había entrado en el 2012 con un déficit de las cuentas públicas del 8%, y no del 6% como había pronosticado el gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, no podía ser por otra razón que la del puro cálculo político y poder decir a final de año que gracias a sus desvelos y al enorme sacrificio del pueblo español se había conseguido, efectivamente, contener el déficit al 4,8% prometido por él, Rajoy, a pesar de que el déficit heredado era aún mayor de lo confesado por el anterior gobierno.

Es decir, que el "submarino" que lanzó el bulo (alguien instalado en una  vicepresidencia de la Unión Europea, ocupada por un histórico del socialismo español, claro está) aplicaba a los cálculos del gobierno de Rajoy el mismo corolario que el Sr. Rajoy había aplicado a los cálculos del Sr. Rodríguez Zapatero, a saber: que dado que la economía es una ciencia exacta, las medidas tomadas por dos agentes (dos gobiernos) a unos mismos hechos materiales (los datos macroeconómicos) no podían arrojar magnitudes diferentes (las previsiones sobre el déficit arrastrado), de lo que resulta que el gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero mintió al admitir un déficit del 6%, tratando de poner un paño caliente a la catástrofe que dejó en herencia al Sr. Rajoy.

Cuesta comprender cómo los grandes responsables políticos o económicos encargados de sacarnos de la crisis (a los que se les debe suponer altas dosis de formación económica y política) se reducen a sí mismos a la categoría de contables. Es imposible hacer una previsión de déficit con un margen de credibilidad aceptable si no se hace precisamente con eso, con un margen de error razonable.

Este curso político 2012 está lleno de imponderables económicos. Las previsiones del déficit serán probablemente muy distintas antes y después de las elecciones andaluzas, mejor dicho, antes o después de que se forme un nuevo gobierno andaluz. Lo mismo que el ministro de Economía alemán, Schäuble, llama a Grecia "un pozo sin fondo", la Andalucía de Chávez y Griñán, a la luz de los ERE falsos, Mercasevilla, etc., etc., se podría comparar a un puro "fondo de reptiles" a la vieja usanza: sobres por aquí y por allá para amigos, primos y compadres. Habrá que esperar a que se puedan purgar las cuentas andaluzas (siempre que el PSOE pierda las elecciones) para estar seguros de que los déficits de las diversas ramas de la administración no van a distorsionar las previsiones sobre el  español.

Contra el dogma de la economía como ciencia exacta también milita un hecho inmaterial: el tiempo, que aunque es cuantificable en su pura progresión, no nos revela por adelantado la intensidad y la concentración de los acontecimientos que pueden coincidir bajo su transcurso. ¿Qué pasa con las previsiones si la previsible protesta social desemboca en una revolución social? ¿Por qué tiene que ser una previsión de déficit del 4,4%, y no una de entre el 4,5 y el 6%, que toma en cuenta previsibles errores de cálculo, así como da cierto margen para imprevistos?

Otra gota de sangre

Lo absurdo de estas situaciones en que la política recula ante la contabilidad lo hemos visto desde principios de semana en el punto muerto alcanzado entre la tripleta negociadora y el gobierno de Atenas, en torno a una "gota de sangre helena" más, de 325 millones de euros, que los griegos debían todavía conceder para poder recibir el torrente de 130.000 millones del rescate. Es decir, todo se podría ir al traste porque los contables no estaban dispuestos a conceder un 0,25% de margen.

Ese puntilloso deseo de cuadrar las cuentas al céntimo y grabarlas a fuego en la piel de los pueblos puede que denote un sentimiento íntimo, secreto, que embarga a los políticos que detentan  la vara alta por la virtuosa trayectoria de sus economías: Alemania, Holanda, Finlandia, Austria, etc., y que sólo un empresario de éxito, de una empresa que puede hablar de tú a tú a los gobiernos, se atreve a expresar, como ha hecho el CEO del gigante electrónico Bosch, Franz Fehrenbach: que Grecia "no tiene sitio en la Unión Europea". Esto sí que es coger el toro por los cuernos y no por los asientos contables.

Por encima de este desolado cuadro de balances y cuentas de resultados en que nos tienen metidos los políticos, brilla con luz propia lo que es capaz de hacer un hombre de números que no quería meterse en este lio del euro. Me refiero a Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, que con su golpe maestro del último diciembre, de decretar el "acceso ilimitado" al crédito por parte de los bancos de la zona euro, impidió que el problema de la deuda soberana se convirtiera en un colapso del sistema bancario. La calma así conseguida dio oportunidad a la creación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y al establecimiento de un Mecanismo Europeo de Estabilidad permanente, agrupando recursos próximos al billón de euros, mil millones arriba, mil millones abajo, con esa indeterminación propia de una realidad fluida con la que los políticos no parecen reconciliarse, tan adictos como son en los últimos tiempos al principio de "las cuentas claras" y "cuadrar balances".

La economía, como dijo Napoleón de la estrategia, es "un arte de ejecución", poco científica y desde luego no exacta. Incluso si los "contables" del euro obligasen a todos los países de la moneda común a cuadrar y equilibrar sus balances particulares, aún harían falta los políticos para introducir los cambios de tipo social, educativo, material y moral necesarios para salvar a Europa, no por la solidez pétrea de su moneda, sino por la competitividad de su economía

Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales.

 

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