Economistas advierten que las tensiones cambiarias se intensificarán sobre las divisas latinoamericanas, con el riesgo añadido de que podrían agravar las medidas de estímulo que se han seguido en la región, lo que obligaría, señalan, a neutralizarlas por los riesgos de sobrecalentamiento y de inflación que podrían desatarse.
Latinoamérica está saliendo de la crisis a un** **"ritmo más fuerte de lo esperado", según el FMI, que estima un crecimiento económico del 5,7 por ciento de media este año y del 4 por ciento el próximo, gracias a las exportaciones de materias primas y a la demanda interna. Entre las economías de mayor éxito destaca Perú, con una expansión del 8,3 por ciento, mientras que Brasil y Argentina crecerían un 7,5%. Por su parte, la economía mexicana avanzaría el 5,0 por ciento. El éxito le está costando caro a la región en términos cambiarios porque el creciente flujo de inversión internacional que está entrando en busca de rentabilidades atractivas, muy escasas en la mayor parte del mundo, están presionando el tipo de cambio.
Algunos gobiernos se han visto obligados a aumentar sus reservas, intervenir en los mercados en defensa de las monedas locales, como en Argentina y a penalizar las entradas de capital, como en Brasil. Algunos análisis estiman que los flujos hacia mercados emergentes alcanzaron los 46.400 millones de dólares a octubre, comparado con los 9.400 millones en todo 2009. La panoplia de medidas que tienen sobre la mesa las autoridades económicas son diversas, desde subidas de tipos de interés, impuestos a las entradas de capital, un mayor esfuerzo fiscal o gravar las importaciones; todas ellas, y otras más, como la retirada de los estímulos que se
arbitraron al estallido de la crisis. La mayoría de los analistas optan por hacer esto último porque en momentos de sólido crecimiento los apoyos pueden ser contraproducentes para las monedas. Proponen también abordar una reforma fiscal para conseguir un sistema más eficiente y avanzar en la consolidación fiscal. En Brasil, la mayor economía latinoamericana y muy elogiada por los mercados internacionales, el saliente Luiz Inácio Lula da Silva fue claro al afirmar que tomará las medidas necesarias para impedir que el real, que está en máximos de los dos últimos años, siga apreciándose.
Su Gobierno anunciará en las próximas semanas medidas para blindar el crecimiento del país y medios locales especulan que podrían tratarse de incentivos para comprar deuda soberana y corporativa brasileña. La presidenta electa, Dilma Rousseff, que no asumirá el cargo hasta enero, aseguró un mayor compromiso sobre el control del gasto público. México, la segunda mayor economía de la región, podría tomarse mucho más tiempo para actuar por su dependencia exportadora con Estados Unidos. Incluso, algunos analistas, sostienen que una apreciación del peso podría ser una buena medida para estimular la demanda interna.
Las espadas están en alto. La política de un dólar débil puede pasar factura a la recuperación de algunos emergentes y acabar con una oportunidad histórica de reducir su brecha de subdesarrollo. En el pasado G-20, se recordó la necesidad de evitar las devaluaciones competitivas para favorecer la competitividad de la economía, una práctica que recuerda a los años 90 y que en esta ocasión alcanza cierta categoría grotesca por ser Estados Unidos al que miran todos (también a China, con su política artificial de un yuán bajo).