El Plan Rescate se tam­ba­lea, pero nadie duda de que habrá ayudas fe­de­rales para atajar la crisis

Una partida de póker con 450 esperando a sentarse

Los co­mi­cios de no­viembre con­di­cionan los votos en las cá­ma­ras, cuyos miem­bros rompen la dis­ci­plina par­ti­dista a su an­tojo

Obama
Obama

El arries­gado juego que se trae el Congreso de los Estados Unidos -especialmente, su cá­mara baja, o de Representantes- re­cha­zando en pri­mera ins­tancia el Plan Rescate del se­cre­tario del Tesoro para con­ceder 700.000 mi­llones de ayudas di­rectas a los bancos en cri­sis, no se en­tiende bien si no se tiene en cuenta que es año bi­siesto. Eso quiere decir que en menos de cinco se­manas se ce­le­bran elec­ciones pre­si­den­ciales y le­gis­la­tivas en el país. Además de de­ci­dirse el sus­ti­tuto de George W. Bush en la Casa Blanca, en uno de los co­mi­cios de suerte más in­cierta de las úl­timas dé­ca­das, se re­nueva entre un tercio y la to­ta­lidad de los miem­bros de cada cá­mara. Son 435 con­gre­sis­tas, 35 se­na­dores y 11 go­ber­na­dores que se juegan a una carta su vida po­lí­tica en el in­tento que, con­tra­ria­mente a lo que su­cede en los sis­temas par­la­men­ta­rios eu­ro­peos, no de­pende casi nada de la dis­ci­plina del par­tido al que per­te­ne­cen. Con esta pre­misa puede com­pren­derse que el re­chazo al Plan Rescate de Bush, sin negar que sea un juego que pone en riesgo la es­ta­bi­lidad de la eco­nomía mun­dial, se pa­rece mucho a una par­tida de póker en la que so­bran ju­ga­dores en la mesa y otros mu­chos es­peran a sen­tarse en ella. Cada par­la­men­tario pone a prueba sus pro­pias cartas y, diga como se diga, para nada le im­porta lo que le pueda de­mandar su jefe de filas o su pre­si­dente, sobre todo cuando en menos de tres meses será un ca­dáver po­lí­tico, si ya no lo es. Sus com­pro­misos son con sus elec­to­res, mu­chos de ellos víc­timas di­rectas de la ac­tual cri­sis.

Es cierto que la Cámara de Representantes, por muy escaso margen, hizo ayer de su capa un sayo en la primera votación, rechazando un Plan de Rescate que ya poco se asemeja al que planteaba el secretario del Tesoro Paulson hace menos de diez días. Pero que nadie se llame a engaño, pese a que Wall Srett se asustara ayer y perdiera un  6,98% en la jornada más errática e incomprensible desde los atentados a las Torres Gemelas. De hecho, cuando nos levantemos esta mañana del martes en este lado del Atlántico, con más miedo en el cuerpo que el que producía en su día la niña del exorcista, es casi seguro que el presidente Bush, que había convocado a su equipo económico a una reunión nocturna de urgencia en la Casa Blanca, se habrá sacado de la chistera uno o varios de esos conejillos que tan buen resultado le dieron cuando engañó a medio mundo con las supuestas armas de destrucción masiva que almacenaba en Iraq el difunto Sadam.Como señalaba anoche la edición on line de The Wall Street Journal, todavía queda tiempo para resucitar el Plan, una vez devuelto del Senado, aunque en nada se  parezca -y eso es lo bueno- al propuesto por el ex banquero que ahora ocupa el Tesoro norteamericano.

Nadie va a salvar a los bancos en crisis más que otros bancos cazadores de gangas y que, al menos, no se dejaron engatusar por la fiebre de las hipotecas basura, los fondos estructurados de excelente rátings o los derivados que siempre prometían unas rentabildiades desproporcionadas. El Gobierno de Estados Unidos, por muy debilitado que esté en el recambio de un presidente que seguro que pasará a la Historia como el peor desde la independencia de la República, ya ha mostrado su intención de asistir a los bancos y evitar que colapse el sistema financiero federal. Habrá fondos federales para rescartar bancos, aunque eso suponga recortar aún más programas sociales o de empleo, tan necesarios en tiempos de crisis. Y el motivo es comprensible y hasta ortodoxo. Los males generados por la falta de acción serán mucho mayores que los beneficios que reportará el aplazamiento del pago de la factura incurrida en los años locos de la "exuberancia irracional" de los mercados que proclamaba el ahora nefasto y criticado Alan Greenspan. Aunque ello conlleve duplicar o triplicar el ya insostenible déficit federal.

Lo que sucede en Estados Unidos es vital para la suerte de la economía europea. Sin haber estallado todavía la crisis en su totalidad (el FMI habla ya de un agujero de 1,3 billones en hipotecas basura y derivados tóxicos, sólo en Norteamérica), varios países europeos (ayer se sumó Francia) se encuentran al borde la recesión económica. En el Reino Unido, el Tesoro ha comenzado a nacionalizar bancos en crisis y ha buscado allá donde pudiera encontar la ayuda necesaria para que buenos gestores se hagan cargo de las lindezas de los malos gestores. Emilio Botín, nos cuentan, ha tenido que acudir en ayuda del B&B británico forzado por las circunstancias y probablemente como devolución de un favor que se le "prestó" (es un decir) cuando el Banco de Inglaterra endosó la compra del Abbey. Sin duda será recompensando por ello, y no hay que olvidar que el Banco de Inglaterra no está sometido a la disciplina del BCE, especialmente a la hora de prestar fondos. El Santander es ya más un banco británico que español y quizá algún día nos acordemos que su músculo financiero podría haber sido utilizado en España para asistir a entidades inmersas en problemas hipotecarios, aunque no sean de procedencia "subprime". Pero de momento es lo que hay, y aunque hoy quizá el mercado le penalice no habría que perder de vista que los grandes imperios financieros siempre se fraguaron en tiempos de recesión, más que en los de boom económico.

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